Si gente como Rogelio Medina, Lorenzo García o
Marta Ruiz en su libro “Teoría de la Educación. Educación Social” (UNED. 2001)
nos dicen que el concepto de educación
no es nada sencillo de analizar, no voy a ponerme aquí a dar una explicación de semejante
cosa.
Muchos textos, muchos autores, nosotros mismos aportando matices a
definiciones de muy distinta procedencia, todo al alcance de quien quiera
conocerlo, son suficientes para no profundizar
más en el tema. Yo quiero hablar de otra cosa, de cuando se produce el hecho
concreto de la educación y los educadores lo perciben y reconocen.
Nosotros
tenemos un poder inimaginable y una responsabilidad que asumimos en el mismo instante que decidimos ser educadores, enseñantes absténganse de leer este post
porque no van a entender nada. Ese poder y responsabilidad la ejercemos todos
los días buscando momentos en que reconozcamos que se ha producido esa magia de
la educación. Minutos únicos que sabemos distinguir y que nos hacen sentirnos
bien con nosotros mismos y con nuestra profesión.
Se
dice que la felicidad no existe y que lo más parecido es vivir el mayor número
de intervalos de tiempo dichosos en la vida. De lo que hablo sería algo parecido: intentar
sentir esa sensación cuantas más veces mejor. Será bueno para ti y mejor para
el alumno.
Y,
amigos, ahí nadie puede limitarnos. Es cosa nuestra y de los niños y jóvenes
que tenemos al lado, nunca enfrente.
Que
los burócratas obstruccionistas sólo
hacen ponernos zancadillas, que no tenemos presupuesto para acceder a nuevas
tecnologías, que a veces los mismos compañeros son un problema si ven que tú estás aplicando nuevos métodos, que la
administración, empresas y organizaciones delimitan a sus educadores tanto que
los convierten en gestores de información, que los jóvenes, a veces, dan ganas
de mandarlos a tomar viento, que encima la sociedad no valora tu trabajo, que
sí, que sí, pero si esto no iba contigo para qué te metes. Todas las
profesiones tienen sus inconvenientes y ésta también.
No
conozco a ningún educador que a pesar de todos estos problemas no disfrute como un niño cuando
comprueba que su esfuerzo ha merecido la pena. En esas ocasiones no te acuerdas ni
del compañero gandulazo, ni del
director general que no se entera, ni del chavalote
de 4º de ESO que te lleva por el camino de la amargura, tampoco de la rebaja en
tu sueldo, sólo tienes en mente ese instante de energía, la consecución de un
objetivo que te habías planteado y preparado con antelación, observar que la
comunicación con el grupo en el que estás se ha producido por fin y que unos
conceptos han sido comprendidos en su totalidad, incluso con debate y
aportaciones propias de esos niños y jóvenes que, lamentablemente, ahora parecen más el enemigo
que la razón por la cual tú estás ahí.
Si
eres profesor de literatura en 2º de bachillerato y en un comentario de texto
sobre un soneto de Quevedo, observas que los alumnos se ilusionan con el “amor
constante más allá de la muerte” porque han entendido todos sus matices y hasta
la lectura del poema la realizan con la cadencia oportuna, sin duda ese día
será bueno para ti.
Si
un maestro de primaria, después de estar todo el año trabajando para introducir
dinámicas participativas en los niños, observa a final de curso que sus alumnos
expresan sus opiniones mientras los otros les escuchan y que saben trabajar en equipo y se responsabilizan de cosas concretas, no tengo ninguna
duda que llegará a casa con un sentimiento de bienestar que pocas cosas le
pueden ofrecer.
Cuando
un educador social que curra en una prisión comprueba que con su trato,
insistencia, cercanía y trabajo ha conseguido que un recluso se interese por
saber y conocer y entienda la importancia de tener su graduado escolar o
secundaria terminada, observando que su
autoestima ha crecido como persona y puede que esté más preparado para
enfrentarse a la sociedad que le espera y rechaza. También ese día se sentirá
orgulloso de su trabajo y de sí mismo.
Si
un animador sociocultural, contratado para organizar actividades juveniles en
una zona rural donde nadie participa en nada y sólo hay dinero para fiestas y talleres
puntuales, consigue después de unos meses que los jóvenes sean autónomos para
planificar las actividades que les interesan y sean partícipes de su propio
crecimiento y el de su localidad, podrá sentarse al fresco en una plaza,
tomando una cervecita y recordar que por
eso era precisamente por lo que quiso dedicarse a esta profesión de locos.
Y
estos momentos son los que nadie puede quitarnos y son los que mantienen en pié
todo esto de la educación. La educación podría ir mejor, sí. Mientras, nuestro
poder es este y hay que defenderlo con uñas y dientes. Una fuerza muy grande,
más de lo que nosotros mismos creemos,
el poder de la comunicación humana entre personas que quieren formar parte de ese proceso maravilloso llamado educación.
PD:
Dedicado a los que cuando le preguntan a qué se dedican manifiestan con orgullo
aquello de: Soy Educador.
Pues yo soy de las que trabaja con reclusos y efectivamente si no fuera por eso ya lo habría dejado. No se podría contagiar ese sentimiento con algunos compañeros?
ResponderEliminarAna. Murcia.
Gracias Ana. Me temo que, en general, ese sentimiento o vocación se tiene o no se tiene aunque también he visto casos que el gusanillo les ha picado una vez que han empezado con esta historia. Tampoco hay que ser tan talibán. Saludos desde esta Murcia a 44 grados.
EliminarHola,
ResponderEliminarquiero consultarte si sabes de autores y/o libros sobre educación intercultural o pluriétnico.
gracias
Hola anónimo. Es un tema con una amplia bibliografía que puedes encontrar en internet. Te dejo un enlace http://www.edualter.org/index.htm.
EliminarSaludos.