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jueves, 28 de junio de 2012

El hecho concreto de la educación


Si  gente como Rogelio Medina, Lorenzo García o Marta Ruiz en su libro “Teoría de la Educación. Educación Social” (UNED. 2001) nos dicen que  el concepto de educación no es nada sencillo de analizar, no voy  a ponerme aquí a dar una explicación de semejante cosa. 


Muchos textos, muchos autores, nosotros mismos aportando matices a definiciones de muy distinta procedencia, todo al alcance de quien quiera conocerlo,  son suficientes para no profundizar más en el tema. Yo quiero hablar de otra cosa, de cuando se produce el hecho concreto de la educación y los educadores lo perciben y reconocen.

Nosotros tenemos un poder inimaginable y una responsabilidad que asumimos en el mismo instante que decidimos ser educadores, enseñantes absténganse de leer este post porque no van a entender nada. Ese poder y responsabilidad la ejercemos todos los días buscando momentos en que reconozcamos que se ha producido esa magia de la educación. Minutos únicos que sabemos distinguir y que nos hacen sentirnos bien con nosotros mismos y con nuestra profesión.

Se dice que la felicidad no existe y que lo más parecido es vivir el mayor número de intervalos de tiempo dichosos en la vida. De lo que hablo sería algo parecido: intentar sentir esa sensación cuantas más veces mejor. Será bueno para ti y mejor para el alumno.

Y, amigos, ahí nadie puede limitarnos. Es cosa nuestra y de los niños y jóvenes que tenemos al lado, nunca enfrente.

Que los burócratas obstruccionistas sólo hacen ponernos zancadillas, que no tenemos presupuesto para acceder a nuevas tecnologías, que a veces los mismos compañeros son  un problema si ven que  tú estás aplicando nuevos métodos, que la administración, empresas y organizaciones delimitan a sus educadores tanto que los convierten en gestores de información, que los jóvenes, a veces, dan ganas de mandarlos  a tomar viento, que encima la sociedad no valora tu trabajo, que sí, que sí, pero si esto no iba contigo para qué te metes. Todas las profesiones tienen sus inconvenientes y ésta también.

No conozco a ningún educador que a pesar de todos estos  problemas no disfrute como un niño cuando comprueba que su esfuerzo ha merecido la pena. En esas ocasiones no te acuerdas ni del compañero gandulazo, ni del director general que no se entera, ni del chavalote de 4º de ESO que te lleva por el camino de la amargura, tampoco de la rebaja en tu sueldo, sólo tienes en mente ese instante de energía, la consecución de un objetivo que te habías planteado y preparado con antelación, observar que la comunicación con el grupo en el que estás se ha producido por fin y que unos conceptos han sido comprendidos en su totalidad, incluso con debate y aportaciones propias de esos niños y jóvenes que, lamentablemente, ahora parecen más el enemigo que la razón por la cual tú estás ahí.

Si eres profesor de literatura en 2º de bachillerato y en un comentario de texto sobre un soneto de Quevedo, observas que los alumnos se ilusionan con el “amor constante más allá de la muerte” porque han entendido todos sus matices y hasta la lectura del poema la realizan con la cadencia oportuna, sin duda ese día será bueno para ti.

Si un maestro de primaria, después de estar todo el año trabajando para introducir dinámicas participativas en los niños, observa a final de curso que sus alumnos expresan sus opiniones mientras los otros les escuchan y que saben trabajar en equipo y se responsabilizan de cosas concretas, no tengo ninguna duda que llegará a casa con un sentimiento de bienestar que pocas cosas le pueden ofrecer.

Cuando un educador social que curra en una prisión comprueba que con su trato, insistencia, cercanía y trabajo ha conseguido que un recluso se interese por saber y conocer y entienda la importancia de tener su graduado escolar o secundaria terminada,  observando que su autoestima ha crecido como persona y puede que esté más preparado para enfrentarse a la sociedad que le espera y rechaza. También ese día se sentirá orgulloso de su trabajo y de sí mismo.

Si un animador sociocultural, contratado para organizar actividades juveniles en una zona rural donde nadie participa en  nada y sólo hay dinero para fiestas y talleres puntuales, consigue después de unos meses que los jóvenes sean autónomos para planificar las actividades que les interesan y sean partícipes de su propio crecimiento y el de su localidad, podrá sentarse al fresco en una plaza, tomando una cervecita y recordar  que por eso era precisamente por lo que quiso dedicarse a esta profesión de locos.

Y estos momentos son los que nadie puede quitarnos y son los que mantienen en pié todo esto de la educación. La educación podría ir mejor, sí. Mientras, nuestro poder es este y hay que defenderlo con uñas y dientes. Una fuerza muy grande, más de lo que nosotros mismos  creemos, el poder de la comunicación humana entre personas que quieren formar parte de ese proceso maravilloso llamado educación.

PD: Dedicado a los que cuando le preguntan a qué se dedican manifiestan con orgullo aquello de: Soy Educador.

4 comentarios:

  1. Pues yo soy de las que trabaja con reclusos y efectivamente si no fuera por eso ya lo habría dejado. No se podría contagiar ese sentimiento con algunos compañeros?

    Ana. Murcia.

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    1. Gracias Ana. Me temo que, en general, ese sentimiento o vocación se tiene o no se tiene aunque también he visto casos que el gusanillo les ha picado una vez que han empezado con esta historia. Tampoco hay que ser tan talibán. Saludos desde esta Murcia a 44 grados.

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  2. Hola,
    quiero consultarte si sabes de autores y/o libros sobre educación intercultural o pluriétnico.

    gracias

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    1. Hola anónimo. Es un tema con una amplia bibliografía que puedes encontrar en internet. Te dejo un enlace http://www.edualter.org/index.htm.
      Saludos.

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