Ya
lo decían los griegos hace 2500 años: los jóvenes tienen la culpa de todas las
cosas. Y ahora, nosotros tan modernos, seguimos diciendo lo mismo. La desgracia
del Madrid Arena el día de la fiesta de
Halloween y la interpretación del suceso de algunos medios y personas ha
resucitado el viejo fantasma, tan oportuno siempre, para cubrir la asquerosa e hipócrita sociedad adulta que hemos construido.
Los
adultos de hoy, nosotros, jamás fuimos de jóvenes a ninguna fiesta, ni nos
emborrachamos, ni nos drogamos, ni la liamos parda en alguna ocasión. Todos
éramos misioneros en el Congo e íbamos a misa de 6.
Oyendo
a algunos tertulianos simplemente dan ganas de vomitar, es repugnante y quieren
cargar contra una entelequia, la juventud, algo que sólo es atribuible a la
codicia humana, la inutilidad, la carencia de educación y la ineficacia de
algunos que se les debería expulsar de lo público con escarnio general
incluido.
La
juventud se olvida cuando ya no se tiene. Siempre me he planteado por qué
extraño proceso mental olvidamos que nosotros también fuimos jóvenes, hecho que
nos impide hacer las cosas en condiciones cuando de trabajar con personas
jóvenes se trata. Para ver porqué los jóvenes hacen así las cosas sólo hay que
hacer un ejercicio de memoria. Ya está. Y a partir de ahí trabajar ¿Tan difícil
es? Parece que sí.
Ahora
nos escandalizamos porque a esas macrofiestas y festivales los jóvenes, dicen,
van a drogarse y emborracharse como fieras. Pues mire usted, a esto habría que hacer algunas matizaciones:
-
Pues
sí, muchos van a eso. ¿Y qué? ¿De qué se sorprenden? La sociedad que hemos
preparado, que nos prepararon a nosotros de jóvenes y que los jóvenes de ahora
prepararán para sus hijos es precisamente esa. Mientras que las fiestas salen
bien y pasan desapercibidas no pasa nada. Los empresarios del sector se enriquecen,
los cargos públicos y funcionarios corruptos tienen su sobre y los jóvenes su
ración. Todos contentos y quizás le den
al organizador el premio de empresario del año.
-
Pero
otros no, oiga. Otros van a bailar, a ligar, a socializarse en los pocos espacios
que tienen para ello. Pero esos no cuentan, claro.
-
A
mí tampoco me gusta esa música. Música banal para una sociedad banalizada. Pero
entiendo una cosa: es su música. Mi padre tampoco entendía que pusiera a todo
volumen a Springsteen o Waterboys y si yo hiciera lo mismo repetiría los mismos
patrones y de algo me tiene que servir haber trabajado con jóvenes tantos años
y, sobre todo, haber sido joven.
-
Sí
me molesta que después de una fiesta o botelleo (así se dice en mi tierra)
quede todo hecho un solar y lleno de porquería. Eso, perdónenme ustedes, no es
atribuible a las drogas, ni siquiera a ser joven, sólo hay que achacárselo a
una muy mala educación y ahí, papá y mamá, tienen mucho que explicar.
Las distintas administraciones
autorizan, cuando no convocan directamente, estas fiestas y deben saber qué
tipo de circunstancias se producen en esas manifestaciones. Si no lo saben, incurren en un doble delito:
ser unos incapaces por su desconocimiento y, sobre todo, poner en peligro a una
gente que, a su manera y espoleados por la propia administración, acude a
pasarlo bien según su criterio.
Si promocionas esos eventos en tus
recintos el responsable eres tú y si crees que se van a utilizar para otros
fines directamente no los dejas y punto. ¿Dejarías tu casa para una fiesta de
un amigo a la que va a llevar a doscientas personas? ¿No? Pues esto es lo
mismo.
Cuando los adultos no tenemos a
quien echarle la culpa de alguna situación social ya tenemos un chivo
expiatorio para cargar con todo: la juventud, ese ente abstracto que, incluso, algunos profesionales del tema
siguen aludiendo sin darse cuenta que la juventud no existe: sólo hay jóvenes, cada uno de su padre y su madre, con diferentes condiciones y situación. Seguir
haciendo cosas para la juventud me suena a regímenes totalitarios donde la uniformidad de los
jóvenes era un baluarte para garantizar la continuidad de las cosas.
Y ahora nos ponemos todos a bailar
el gagnan style y tan contentos y luego
nos escandalizamos que a jóvenes les guste la música electrónica en grandes
masas. Pues sí, nos podíamos ir todos a la mierda a ver si así nos damos cuenta
del orden de las cosas que a lo largo de
toda la historia hemos consentido y amparado.
Totalmente de acuerdo con tu artículo. Un saludo y enhorabuena por saber poner los puntos sobre las íes.
ResponderEliminarEs verdad; "la juventud se olvida cuando ya no se tiene", y no hay que olvidarla ;)) un saludo.
ResponderEliminarGracias anónimo y Ana por vuestros comentarios, espero que sigáis dando una vuelta por aquí.
ResponderEliminarComo se pueden permitir, polític@s, tertulianos y demás, hablar de Educación cuándo son los primeros en devaluarla??. Esta sociedad está acostumbrada al todo vale, hasta que ocurre una desgracia. Educación señoras y señores, EDUCACIÓN.
ResponderEliminarAdemás de olvidarla al no tenerla, es una edad estupenda para descargar culpas. Suscribo todo tu artículo como profesional que trabaja con jóvenes, y como uno más (con 26 todavía soy joven hasta en Europa jeje)
ResponderEliminarPues sí, Pablo. Se nos olvida muy pronto y cuando somos viejunos les pedimos cosas a los jóvenes que nosotros odiábamos. Ay esta juventud que está perdida¡¡¡¡¡¡Y así para siempre.
ResponderEliminarEs indudable que es muy fácil olvidar que una vez nosotros también "fuimos jóvenes" y sufrimos en mayor o menor medida esa etapa tan difícil de nuestro desarollo: la adolescencia.
EliminarComo también resulta muy fácil generalizar, estereotipar y meter en el mismo saco a un grupo de personas que son únicas entre sí.
Pero por qué nos sorprende tanto?? Nos enseñan desde muy pequeños a hacerlo y a interiorizarlo como algo "normal" cuando en realidad se trata de un tremendo error...
Es por ello que deberíamos ser capaces de cambiar esos conceptos erroneos, los estereotipos por efecto de nuestros conocimientos y experiencias y recordar cuando nosotros asistíamos a fiestas, bebíamos, bailábamos o, por qué no, hicimos agunas cosas cuestionables propias de la edad...