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jueves, 12 de marzo de 2020

Espacios jóvenes: lugares para el aprendizaje y el desarrollo de habilidades participativas

Tal y como os comenté en la entradilla del post anterior, os dejo aquí el segundo texto en el que base mi intervención en las Jornadas citadas en mayo de 2017 en Lorca, y que no había publicado hasta ahora por descuido. En esta ocasión, sobre un tema del que ya he escrito bastante en este blog: los espacios jóvenes. Espero que cuando tengáis un rato para leerlo podáis sacar algunas conclusiones y si sirven para vuestro trabajo diario, pues mucho mejor.

Declaración de intenciones.

El título del texto ya presagia lo que piensa  el autor del mismo sobre el tema, pero sólo es una opinión más. Lo que verdaderamente importa es que pueda propiciar la reflexión y el debate entre quienes participáis en estas Jornadas y que sea lo suficientemente práctico para conseguirlo.

En las siguientes líneas voy a tratar de poner encima de la mesa  distintas cuestiones, algunas polémicas,  relativas al funcionamiento de centros juveniles, de su gestión y de quiénes han de ser las personas beneficiarias de los mismos, teniendo en cuenta la diversidad existente y que no estamos hablando de una ciencia exacta y, por lo tanto, cualquier parecer puede enriquecer el debate en función de los objetivos que nos marquemos. Puede que aquí radique la cuestión, que no nos marcamos objetivo alguno cuando ponemos en marcha estos espacios juveniles y, al final, lo convertimos en un cajón de sastre donde cabe todo, desde actividades infantiles hasta la simulación de un gimnasio, a buen precio, para personas adultas.

Tristemente, en algunas ocasiones, observamos espacios llamados jóvenes en donde sus principales destinatarios/as son padres y madres de esos/as jóvenes y sus hermanos/as menores. Podrán ser lugares de esparcimiento familiar, nunca centros juveniles.

No existen espacios en donde quepan todos los aspectos que se pueden trabajar desde la perspectiva joven, pero sí tenerlos en cuenta para saber  cómo queremos que sea en el que estamos o si queremos involucrarnos como jóvenes, organizaciones, profesionales o responsables públicos.

A continuación, voy a realizar un repaso sobre diversas temáticas que creo han de tenerse en cuenta y que espero contribuyan al debate y a cumplir con  los objetivos de estas jornadas.

¿Por qué son necesarios espacios exclusivos para jóvenes?

¿De verdad necesitan los y las jóvenes estos espacios en la actualidad? ¿No será una cosa nuestra y que tenemos que aprovechar las instalaciones que durante todos estos años ha construido la administración sin que nadie se las demandara? ¿Qué mejor espacio juvenil para un/a adolescente que su Smartphone? Con uno de ellos,  no es necesario encerrarse entre cuatro paredes, tiene el mundo y a sus amigos/as en cualquier momento y entre sus manos.

Cuando hablamos de territorios juveniles nos referimos a aquellos espacios en donde pasan buena parte de su tiempo y una de las tareas de los y las profesionales siempre ha sido que estos espacios jóvenes pasen a formar parte de dichos territorios. Ahora, a todos esos lugares hay que añadir uno y muy importante: el territorio virtual.

¿Es compatible lo virtual con un espacio físico? Sí, por la cuenta que nos trae a todos y todas como sociedad.

Una cosa es reconocer la vital importancia de las tecnologías en la vida y relación de las personas jóvenes y otra es dejar que la socialización sólo sea virtual. Son ya numerosos los estudios que manifiestan una pérdida de habilidades relacionales  y estoy convencido que esa es una de nuestras tareas.

La Animación Sociocultural parte de este presupuesto básico: todos y cada uno somos responsables de participar en la gestión de nuestra propia vida y en la de nuestro entorno y nuestra realidad social. Pero para ello se requieren aprendizajes y recursos (Funes).

Siguiendo la estela del maestro Funes, diríamos que quienes estamos en el lado de la educación desde la óptica joven debemos ser profesionales de la relación y la presencia y lo que esto conlleva: creadores/as de espacios de aprendizaje.

Por tanto, nuestro papel es importante en este aspecto y, por ello, debemos estar presentes en el diseño de estos espacios socializadores, aportando estrategias para conseguir que estos centros se conviertan en territorio juvenil.

En la siguiente tabla,  aporto para el debate algunas tareas y funciones que, creo, deberían de cubrir estos territorios,  en función de la disposición del mismo y de los recursos que dispongamos. También de las prioridades que se marquen en cada ámbito, según la realidad a la que se enfrenten:

TAREAS/FUNCIONES
OBJETIVOS

Socialización
-          Propiciar lugares de encuentro  con sus iguales para compartir vivencias.
-          Generar confianza en los y las jóvenes.
-          Respetar sus ritmos, sin intromisiones.
-          Acompañar en sus procesos vitales.

Dinamización
-          Buscar la activación de la población joven.
-          No dar todo hecho a  usuarios/as y participantes.
-          Estar presentes en otros territorios juveniles.
-          Huir de espacios excesivamente formales.

Integración
-          Prevenir comportamientos de riesgo.
-          Incorporar a jóvenes que no suelen “habitar” nuestros espacios.
-          Apoyar a jóvenes y colectivos con dificultades.

Aprendizajes
-          Estar atentos a los procesos de aprendizaje e intentar incorporar la filosofía de “aprender haciendo”.
-          Estimular el espíritu crítico.
-          Los errores y frustraciones como campo para aprender.
Receptor/emisor de contenidos
-          Convertir el espacio en un centro que acoge iniciativas y también que emite contenidos elaborados por los propios jóvenes.

Comunicación
-          Conectar a jóvenes entre sí, de diferentes localidades y globalizado.
-          Redes sociales que potencien el intercambio y la comunicación antes que la oferta de actividades.

Conocimiento
-          Descubrir potencialidades, ampararlas y proyectarlas.
-          Tratar el hecho cultural como una práctica que potencie la autoestima,  no como un espectáculo de consumo.
-          Dar rienda suelta a su creatividad.

Continuidad
-          Planificar y evaluar de forma constante para asegurar la continuidad y la validez de nuestros objetivos y actuaciones.
-          Analizar las nuevas realidades juveniles e incorporarlas a la vida del centro.
Sectorial
-          Buscar espacios y horarios concretos para temas diversos y segmentos de edad.

Coordinación
-          Estar en contacto con otros servicios municipales que trabajen con jóvenes.
-          Relación con otros centros y espacios de diferentes ámbitos.
-          Implicar a organizaciones y colectivos juveniles para que aporten.

A esta tabla podemos añadir cuantas tareas y objetivos estiméis conveniente, es sólo un punto de partida.

¿Quiénes son las personas destinatarias de un espacio joven?

No, no me he equivocado en el titular. Sólo hay que echar una ojeada por las programaciones de algunos espacios denominados  jóvenes para ver que sus principales “clientes” son menores de 14 años o mayores de 30. No estoy en contra de actuaciones intergeneracionales siempre y cuando sean implementadas a través de unos objetivos y planteamientos claros para conseguir la convivencia entre ellas. Hay experiencias muy positivas y deben  seguir haciéndose, pero una cosa es trabajar esta línea y otra hacerlo de esta forma para conseguir que el centro joven esté lleno y rebosante de actividad ¿Si tuvieras 16 años irías a estar con tus amigos/as a tu aire en un espacio joven  mientras tu madre hace zumba, tu padre baila salsa o tu hermano de 10 años juega a la play? Sería una buena forma de actuar para un centro social, familiar o de esparcimiento, pero no para un centro juvenil.

Las edades.

Tenemos un problema con las edades. Atendemos a jóvenes con estados vitales muy diferentes y con motivaciones distintas. Y tendremos que decidir con quién actuamos o establecer un plan atendiendo a los recursos que tenemos: que una persona con 11 años esté deseando cumplir la edad para ir al centro joven.

¿Tienen los mismos intereses un grupo de jóvenes de 15 años y otro de 24? ¿Pueden coincidir en actividades? ¿Qué hacemos con chicos y chicas de 12 y 13 años que quieren ir a nuestro espacio joven? ¿Utilizan estos centros, para socializarse, los y las jóvenes de 27 o 29 años? ¿Cómo podemos hacer confluir toda esta gama de estados vitales en un mismo lugar? ¿Es labor de un centro juvenil elaborar un programa de actividades a la carta para satisfacer los intereses de tan variada gama de público? ¿Podemos hacer una atención tan variada en objetivos con los recursos humanos y económicos que tenemos a nuestra disposición?

Estas son algunas preguntas que nos pueden surgir a la hora de diseñar cómo queremos  funcionar, además de otras muchas, pero no lo veamos todo negro. Las cosas pueden ser sencillas si actuamos con sentido común.

No inventamos nada nuevo si decimos a un grupo de jóvenes que participan asiduamente el espacio joven si querrían desarrollar la actividad que les gusta pero impartiendo ellos un taller a un público más joven. Ahí podrían confluir perfectamente y podrían ser los que introducen en el centro a chicos y chicas de 12 o 13 años en la vida diaria del local. Irían aprendiendo el funcionamiento y convivirían con “los mayores” y, por otra parte, estaríamos dando protagonismo al grupo de jóvenes que de otra manera no querrían estar con “los pequeños”.

Un espacio joven es, sobre todo, un lugar de convivencia y socialización a través del encuentro y la actividad y debemos de utilizar estrategias para que esta se produzca de una forma normalizada sin crear compartimentos estancos y, por supuesto, respetando los ritmos y la decisión de los grupos de estar con sus iguales.

Todavía se tiene la costumbre de convocar actividades para “la juventud”, palabra abstracta que no nos sirve para trabajar. Debemos de dirigir  nuestras actuaciones a grupos de edades concretos con intereses y situaciones comunes. No vale todo para todos y todas, ya tengan 14 o 30 años, la edad con la que relacionamos las políticas de juventud.

¿Usuarios o participantes?

La principal queja de quienes trabajan con jóvenes en estos espacios coincide en la mayoría de los lugares: No vienen. Y cuando vienen y consigues que un numeroso grupo se relacione con el centro,  a los pocos años, cuando ya no tienen edad para ir a un centro juvenil o están ocupados en otros asuntos de la vida, hay que empezar de cero ¿Tenemos plan para eso o hay que pasar una travesía en el desierto hasta que venga una nueva generación?

En los últimos treinta años he visto  varías veces y en muchos municipios que a un periodo álgido de participación (sobre todo  con el movimiento asociativo) viene otro de carestía total. Nos volcamos  con el presente y con el grupo que participa en ese momento, pero no solemos tener en cuenta que, por la misma naturaleza del segmento de edad al que nos dirigimos, nos abandonarán algún día, es un proceso de lo más normal y hasta deseable.

No podemos pretender que todos nuestros potenciales destinatarios/as sean participativos/as, pero si facilitar que quien quiera serlo,  pueda hacerlo. Tampoco rechazar  a quienes sólo quieren  pasar un  rato con amigos y amigas en los espacios juveniles, también están para eso y suele convertirse en el motivo de “enganche” para otras actuaciones.

De una forma o de otra, han de estar a gusto, sentir el espacio como suyo y que, como decíamos en un punto anterior,  forme parte de sus territorios.

Por tanto, no olvidemos que un/a  joven que asiste a un taller del centro no es un participante, es un usuario/a. Participante será cuando se incorporé a los procesos de toma de decisiones.

¿Qué infraestructuras tenemos?

Tenemos unos espacios basados en el modelo de casas de juventud que se pusieron en marcha en muchos municipios a principios de los años ochenta: pequeño salón de actos, sala de exposiciones, lugar administrativo para el servicio municipal de juventud y/o centro de información juvenil, sala de cursos,  despachos para que utilicen las asociaciones y algunas salas polivalentes para el uso de la actividad con más seguimiento según la zona (laboratorio fotográfico, taller de radio, estudio de grabación…).

Las nuevas construcciones, en su gran mayoría, se han basado en este modelo sin tener en cuenta las nuevas condiciones juveniles. Generalmente son los y las jóvenes quienes se adaptan a los espacios disponibles cuando la lógica nos dice que debería de ser al contrario.

A veces, las personas adultas nos imaginamos espacios juveniles con paredes blancas, limpias e inmaculadas con todo lujo de detalles, un mobiliario moderno y a la última, y nos olvidamos que los y las jóvenes, a lo mejor,  lo que quieren es pintar con spray esas blancas paredes, un sofá viejo y, por supuesto wi-fi. Seguimos pensando como adultos para su diseño y distribución.

En algunas localidades, el poco uso que ha hecho la población juvenil de un centro joven ha propiciado que se utilice para otros destinos  como gimnasios o salones de baile improvisados. Ahora, cuando se quiere recuperar para actividades específicamente juveniles,  nos podemos encontrar con la contrariedad de sus padres y madres, usuarios/as actuales para bailar salsa o hacer GAP (glúteos, abdomen y piernas), y esta situación puede suponer un  contratiempo para el Ayuntamiento de turno.

Apunto aquí la idea de mucha gente que coincide que el mejor espacio joven es una nave diáfana que se pueda adaptar a las necesidades de los planteamientos que realicen los y las jóvenes y que pueda servir lo mismo para lugar de encuentro que para un concierto u obra de teatro o para que haya distintos talleres funcionando a la vez. No queda tan “cuqui” pero es más práctico.

Modelos de espacio joven.

Hay de todo y con denominaciones variadas y todos pueden ser muy útiles en función de los intereses y objetivos que se planteen. Desde una Lonja hasta una sala de ensayo, pasando por una espacio de creación joven a un local autogestionado y desde una casa de la juventud tradicional hasta un centro de recursos juveniles. El modelo debe de decidirse en función de las necesidades y planteamientos elaborados técnicamente una vez conocida la opinión de los propios jóvenes de la zona, de sus intereses y motivaciones, de los grupos estables con que contamos, de los recursos que disponemos para atender a un segmento de edad o a varios. Si lo que pretendemos es que funcione solo a merced de un programa de actividades y a ver quién viene, será un centro juvenil, sí, pero no participativo.

¿Quién gestiona estos espacios?

Hay de todo, como habréis visto en las Jornadas. Personalmente he comprobado que se puede gestionar bien o mal a través de distintas fórmulas: gestión directa de la administración, a través de una organización o una empresa por concurso público, por convenio con una entidad, gestión compartida entre administración y organizaciones, espacios autogestionados, lonjas, cesión de instalaciones a grupos de jóvenes,… Cualquier modelo puede ser bueno siempre que se tengan los objetivos claros de por qué queremos poner en marcha un espacio para los y las jóvenes, cómo ha de funcionar y qué papel van a tener organizaciones y jóvenes en su funcionamiento diario.

Lo que sí deberíamos de tener claro es que sea el tipo de gestión que se decida para organizar la infraestructura,  los y las jóvenes (a través de sus organizaciones, a título individual o de grupo) deben de tener un papel protagonista en la vida diaria del centro. En el apartado siguiente trataré de plantear algunas fórmulas.

Marco ideal para el funcionamiento participativo de espacios jóvenes.

Es algo engañoso el título de este apartado ya que estoy convencido que los marcos ideales no existen,  y si lo hicieran, con lo cambiante de la condición juvenil, durarían unos pocos años. Pero sí considero que es a lo que debemos de tender en cada momento, plantearnos cada cierto tiempo cuál es ese funcionamiento ideal para un periodo y trabajar para dirigirnos a él. Esta metodología supondría estar alerta a los cambios, a las nuevas tendencias y a la realidad y necesidades juveniles.
Y para intentar conseguir ese espacio en donde los y las jóvenes quieran estar,  no hay mejor receta  que utilizar metodologías participativas. A continuación os detallo algunas ideas.

-          Los precedentes.

Programas y proyectos en diversos lugares del estado que han demostrado que la incorporación de metodologías participativas producen efectos positivos tanto en la vida del centro como, y esto es lo importante, en la vida social de las personas jóvenes y en su autoestima. Lo he comprobado en numerosas ocasiones: jóvenes solitarios/as  y sin nada que aportar que de forma paulatina van incorporándose a la vida grupal descubriendo que pueden hacer lo que se propongan.

-          Los equipos.

Cuando hablo de equipos no me refiero solamente a los y las profesionales, también a los responsables públicos que han de incorporarse  a esta práctica y asumir estas metodologías como propias. Mantengo que la actividad política, en la mayoría de ocasiones, te da el respaldo de la población para poner en marcha tus propuestas, pero no significa que se conozcan las temáticas en profundidad. Para eso está el personal técnico, para plantear programas, estrategias y procesos que cumplan con los objetivos marcados. En los equipos hay responsabilidades pero no rangos,  y han de poder aportar desde el/la responsable técnico/a hasta el último dinamizador/a. No podemos pedir participación a chicos y chicas si quienes no la practicamos somos los y las profesionales.

-          Los tiempos.

Si lo que se pretende es que en seis meses la población joven se vuelque en participar en nuestro espacio, partimos de un supuesto erróneo. Es una apuesta que hay que mantener y una metodología que se asume como forma de trabajo, no como una actividad concreta o un programa con punto y final en el tiempo.

-          Organizar la participación.

a)       Interna.
Organizarnos a nivel interno, qué y cómo vamos a hacer para que todas las personas que, de una u otra forma, se relacionen con los y las jóvenes desde nuestro centro, puedan aportar para la dinamización juvenil.
b)      Con los y las jóvenes usuarios/as.
Estableciendo un marco estratégico para conseguir poco a poco su implicación en aquellas actuaciones que les interesan. No podemos pretender que quienes asistan a una actividad que les  gusta pasen a ser directamente participantes, pero sí debemos  tener un planteamiento previo para canalizar a quienes sí deseen implicarse más en una actuación concreta o en la vida del centro.
c)       Con los y las participantes.
Deben de tener claro qué canales existen para ello y poder aportar en los órganos formales o informales que se creen en base a la realidad de cada espacio joven. Ahora bien, si ponemos en marcha un cauce “oficial” de participación no olvidemos que sus acuerdos han de ser  respetados. El trabajo de mucho tiempo puede irse al traste porque temamos que una propuesta suya  no guste a alguien.

Debemos de entender que si logramos que la mayoría de actuaciones que ponemos en marcha desde un espacio joven están protagonizadas por los y las jóvenes,  no es por una conjunción de casualidades sino por un trabajo planificado y que consiste precisamente en eso. Sin un personal técnico formado en participación no es posible que esas buenas iniciativas salgan adelante.

Conseguir un clima y ambiente adecuado, establecer dinámicas de mutuo conocimiento, motivar a jóvenes y tener canales de participación  no es un hecho aislado, es producto del esfuerzo de un equipo de profesionales. Además, si conseguimos que buena parte de los y las jóvenes que van por nuestro centro actúen bajo estas dinámicas y funcionen solos/as, nosotros y nosotras nos podremos dedicar con más ahínco a fortalecer los vínculos con el espacio de quienes sólo desean ser usuarios/as para actividades muy concretas.

-          Actividades de ocio con metodologías participativas.

Las actividades de ocio son las que más se programan en los espacios jóvenes, muchas de ellas a petición de los y las jóvenes. Con ello, ya damos por sentado que la participación es uno de nuestros ejes, pero no estoy de acuerdo. No dudo que ésta sea una buena práctica pero siempre que dichas actividades tengan un objetivo que cumplir y no sean un mero capricho de la moda de turno. Cualquier actividad puede ser educativa en el tiempo libre, a eso nos dedicamos, pero para entretenerles ya saben hacerlo ellos y ellas sin nuestra ayuda.

Cuando un grupo de jóvenes se acerca al centro para proponer que organicemos una actividad que les gusta, si contamos con  el presupuesto,  sólo tenemos que llamar a una empresa para que nos la monte (eso sí que puede hacer peligrar nuestro puesto de trabajo; para montar ese tipo de eventos no somos necesarios/as), pero si le damos un giro puede que estemos dando un gran paso por asegurar que nuestro centro funcione de forma participativa.

Con nuestro acompañamiento les podemos proponer que,  de acuerdo, que adelante,  pero  ponemos una condición: que la monten ellos/as. Que nos consulten, les facilitamos un teléfono para hacer gestiones, una sala para reunirse, contactos con otros departamentos del Ayuntamiento y que se pongan a trabajar. Lo de menos es la actividad, lo importante será su satisfacción por organizarla. Creo que en este sentido, debe ser más importante el subidón de autoestima que el pasar un buen rato consumiendo algo que van a olvidar a las pocas horas.

Cómo atraemos a los y las jóvenes a nuestros centros.

Y si la participación es difícil, atraerlos/as a nuestros espacios es la madre del cordero. Puede que ahí esté el primer error: esperar a que vengan.

Os detallo a continuación una serie de estrategias que han dado resultados:

-          Reciprocidad.

No van a venir si estamos sentados/as en nuestros despachos. Podrán interesarse por una actividad, un curso, un festival o evento que montemos pero, lo más probable, es que no vuelvan hasta lo próximo que les interese. Debemos de buscarlos en donde estén, sin intromisiones. Es un trabajo complicado y que debe hacer, en general, alguien cercano en edad con ellos/as. La figura de la persona dinamizadora es crucial.

La dinamización es movimiento, acción,  y hemos de hacerla de esta manera para que nos tomen en cuenta. Acercarte a un grupo de jóvenes a venderles la moto de nuestra programación suele salir mal. Primero debemos conocerlos/as, escucharles, interesarnos por sus problemas y deseos, generar confianza, crear vínculos y después ofrecer el centro para que dispongan de  él.

La figura de educador/a de calle (dinamizador/a, mediador/a, como queramos llamarla) vuelve a estar presente en la profesión después que, a partir de los años noventa, quedara relegada a una posición marginal en el campo educativo. Es en el País Vasco donde está recobrando protagonismo y ganando actualidad en los procesos de relación con las personas jóvenes. Y, como es normal, vuelve a dar resultados.

-          Los espacios.

Un espacio formal, como una dependencia más de la administración, espanta a cualquiera y a nuestros/as principales destinatarios/as, más. Si queremos que los y las jóvenes sientan como suyo un espacio joven tiene que serlo, además de parecerlo. Esto lo sabemos todos y todas, pero todavía hay muchas resistencias a convertirlo en un centro juvenil con todas las consecuencias.

-          Los ambientes  y el clima.

Todas las personas que hemos trabajado con jóvenes, ya sea un curso sobre educación en  el tiempo libre, una actividad juvenil, una reunión informativa o cualquier otra actuación destinada a este público, sabemos que lo primero y fundamental que tenemos que  conseguir es un ambiente y clima adecuado para que se produzca la comunicación libre y sin cortapisas.
Nos encontramos, en algunas ocasiones, que cuando preguntamos a personas adolescentes qué les parece tal o cual idea,  nos responden como si tuvieran que decir la respuesta correcta, pero no lo que sienten de forma sincera. Crear ese clima, que nos costará tiempo y esfuerzo, es el primer paso para conseguir que quien se acerque  decida volver.

La experiencia también me dice que si están a gusto en un lugar en donde se respeta su opinión, pueden darla sin que nadie le mire con mala cara y estén  sentados/as como cualquiera lo hace (hicimos) con 15 años, ese será un sitio donde quiera estar. Nos solemos olvidar de que también tuvimos esa edad y sentíamos como ellos y ellas sienten ahora.

-          Paciencia, mucha paciencia.

Vuelvo  a incidir en el mismo tema, la paciencia, la estabilidad en los procesos y en los equipos (que han de estar motivados, reconocidos y con sueldos dignos). Es la clave, si alguien conoce la fórmula mágica para atraerlos/as en unas cuentas semanas que la ponga encima de la mesa y tendrá, no sólo nuestro reconocimiento, sino también el de cientos de miles de profesionales en todo el mundo.

El papel de los y las jóvenes,  representantes políticos/as y de los y las profesionales.

Estas Jornadas están destinadas a jóvenes, profesionales y responsables políticos/as y no quiero desaprovechar la ocasión para hacerles llegar, con toda humildad, una serie de peticiones:

A los y las jóvenes.

Que deis la murga sin parar, el espacio es vuestro. Que no paréis de proponer y no esperéis a que  lo den todo hecho, eso sí que es aburrido. Probar a hacerlo vosotros/as mismos/as y cuando lo hagáis comprobaréis que nada tiene que ver con ser meros asistentes a una actividad que, por muy chula que parezca, olvidaréis a las pocas horas.

A representantes políticos/as.

Que luchéis por conseguir un espacio joven abierto y participativo, conseguiréis para vuestros municipios jóvenes interesados por su localidad y con habilidades para dar su opinión y valerse por sí mismos/as. También que no os preocupéis cuando los vecinos se asusten porque hay muchos jóvenes en la puerta del centro y ¡A saber lo que están haciendo! Habrá que hacer un esfuerzo para explicarles a esos vecinos de qué se trata y que es bueno para el pueblo.

A los y las profesionales.

Que tengamos claro que las actividades no son un fin en sí mismas, son meros instrumentos de los que nos valemos para conseguir unos objetivos planificados de forma previa. Que no tengamos miedo a que nos quiten el protagonismo los y las jóvenes y que nos convirtamos en facilitadores de procesos y diseñadores de metodologías más que de contenidos.

Por último, y por no hacer más larga esta ya de por sí extensa reflexión, os pregunto: ¿Un grupo de jóvenes haría un centro juvenil como nosotros/as lo concebimos?

Gracias a todos y todas. Espero que este documento haya conseguido su único fin: conseguir un debate rico entre quienes estáis en estas jornadas y con el deseo de que no seáis asistentes a las mismas sino participantes activos/as.

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