"El desarrollo de las políticas de
juventud en España se ha presentado casi siempre en un marco de debate y
discusión teóricos que, sin ser despreciable por su valor técnico e incluso
científico cuando era la consecuencia lógica de análisis sociológicos de
calado, en escasas ocasiones ha tenido la virtud de
resultar útil desde el punto de vista práctico".
"Las
políticas públicas de juventud. Dos retos pendientes: la proximidad y la
consolidación profesional".
A modo de
comienzo.
Sólo hemos de echar un vistazo a leyes,
acuerdos internacionales, declaraciones de intenciones, normativas, pactos,
libros blancos y otros documentos de relevancia política para darnos cuenta la
importancia que estos textos le otorgan a la participación juvenil, todos ellos
firmados por altas autoridades de Estados, Comunidades Autónomas o
Ayuntamientos. Incluso, en el último Pacto Iberoamericano de la Juventud,
firmado por 21 países (entre ellos, España) en septiembre de 2016, observamos
que el término participación es el que más veces aparece en los 21 puntos del
acuerdo.
También, con una sola mirada, podemos
ver que la gran mayoría de administraciones públicas en España no hacen nada
para promocionar la participación juvenil en la práctica, hecho que nos remite
a la entradilla de este texto referida a políticas de juventud.
En cualquier documento, estudio o
análisis sobre políticas de juventud podemos observar que la participación
juvenil siempre ha sido un eje esencial. El resultado de esa importancia lo podemos
comprobar en el nivel de implicación de los y las jóvenes en organizaciones en
los últimos años, dando los estudios más optimistas un 20% de pertenencia que,
por supuesto, incluyen los jóvenes que sólo practican deporte en asociaciones
deportivas, sin tomar parte alguna en el proceso de decisiones.
A menudo se ha confundido la promoción
de la participación con el apoyo únicamente al asociacionismo. Las asociaciones
están muy bien y son un cauce importante, pero sólo es una herramienta más, no
un fin en sí mismas.
Pero, afortunadamente (no todo el
panorama es negro), vemos también que desde algunas administraciones públicas
locales y de entidades sociales se están llevando a cabo proyectos y programas
más que interesantes y es necesario difundirlas. Proyectos de participación juvenil con presupuestos
participativos, programas con jóvenes no estructurados que fomentan la
participación en la comunidad, colegios e institutos que aplican el aprendizaje
servicio o aprendizaje por proyectos, espacios que propician la implicación de
jóvenes y organizaciones en su gestión y sin intromisiones políticas, foros locales en
donde se tratan de forma vinculante los problemas que tienen los y las jóvenes… Experiencias que hay que poner en
valor y visibilizarlas al máximo. Qué cunda el ejemplo.
Una mochila pesada.
Es lo que llevamos a cuestas en este
país en materia de participación. No hemos tenido tradición alguna durante
muchos años y eso ha hecho que no exista, en general, una cultura participativa
ni en la sociedad, ni en la escuela, instituto o universidad, ni en las
instituciones, ni en el seno familiar, ni en la empresa y, muchas veces, ni
siquiera en nuestras organizaciones.
La actual Ley de Asociaciones de 2002
tampoco aportó nada nuevo para contribuir al desarrollo de la participación de
los y las jóvenes, al contrario, en mi opinión, lo que provocó fue convertir el
mundo asociativo en un mercado.
Esta falta de hábitos en la
participación ha propiciado que ésta se dé en aquellos lugares en donde apenas
es útil: en la barra de un bar, en un parque, en nuestro sillón o, en la
actualidad, a golpe de un clic (que también está bien, pero no es suficiente).
Por todo ello, cuando implementamos
actuaciones dirigidas a jóvenes tenemos que tener en cuenta esta percepción
social sobre la participación a la hora de planificar, y no quedarnos en el siempre recurso fácil de:
“los y las jóvenes no les interesa nada y
no quieren participar en aquello que les
ofrecemos”, sobre todo porque es un planteamiento falso desde su punto de
partida.
Algunos argumentos erróneos que seguimos utilizando.
Está bien pedir la opinión a jóvenes
sobre qué les gustaría hacer. Es lo que hacen muchos departamentos de juventud,
esperando que les digan qué actividades
poner en marcha, pero no es suficiente.
“Es que cuando les pedimos opinión no proponen nada y si luego ponemos
en marcha la actividad que nos han solicitado, no viene nadie. Nosotros/as
hacemos lo que ellos/as quieran”. Es el argumento de algunos/as
representantes públicos y personal técnico para quejarse de la falta de
implicación juvenil en la vida municipal.
Un chico o una chica adolescente no
tiene por qué querer participar, ni pedir programas de dinamización juvenil,
como tampoco reclaman el derecho a tener una educación sexual acorde con sus
necesidades, ni exigen el voto a los 16 años o actuaciones que despierten su
solidaridad y tolerancia con las personas con necesidades, tampoco
intervenciones que propicien su adecuada socialización. Nada de eso figura
entre sus prioridades. Son adolescentes. Alguien con quince años no tiene por
qué saber qué es la dinamización o la participación juvenil. Un/a representante
público o los y las profesionales de juventud, sí.
Las actividades que sí que van a pedir
son de entretenimiento, las más costosas y las que antes son olvidadas. Un
consumo más. Si fuéramos una empresa no lo cuestionaría, pero ¿Una
administración pública? ¿Una organización social? Están contradiciendo todos
los mandatos establecidos en esas leyes y acuerdos sobre políticas de juventud
de los que os hablaba al principio de esta reflexión.
¿Por qué tanto interés en que los y las jóvenes participen?
No es necesario que os ofrezca aquí un
conjunto de razones abstractas. Lo he comprobado durante muchos años y en
diferentes programas y proyectos de dinamización que he coordinado o asesorado
hasta el día de hoy. Jamás podrá ser lo mismo que un grupo de jóvenes asista a
una actividad en donde consumen un producto y se van, como que esa misma actuación sea ideada,
planificada, organizada, ejecutada y evaluada por jóvenes.
Lo aprendido durante ese tiempo les va
a quedar como un aprendizaje de vida (además, no lo olvidemos, de pasarlo bien)
y un conjunto de habilidades que les van a ser muy beneficiosas no solamente
para saber participar en sociedad, también para sus relaciones sociales
¿Trabajar en juventud no se trataba de esto?
Quiero pensar que quienes trabajamos
con jóvenes desde la administración o desde organizaciones sociales nos
dedicamos a esta tarea y no a entretenerlos, eso saben hacerlo ellos y ellas
perfectamente sin nuestra ayuda, y si no fueran capaces tienen a toda una
industria del entretenimiento encima que, por mucho que nos empeñemos, jamás
podremos competir con ella.
Son cada vez más las administraciones
locales con presupuestos participativos,
pero que a la vez no están implementando ninguna intervención en materia de
educación para la participación infantil y/o juvenil. El resultado es que rara vez participan en el
proceso menores de 40 años. La participación
no la llevamos en los genes ni, lamentablemente, la tenemos como un hábito con
lo cual, si queremos tener una sociedad que quiera, pueda y sepa participar,
habrá que invertir en educación y en proyectos (que los hay y muy buenos) que
desarrollen estas capacidades. Por arte de magia, es imposible.
Como ejemplo para acabar este punto os
comento la siguiente situación: La Universidad de Murcia, a principios de 2016,
puso en marcha la fórmula presupuestos participativos para repartir 40.000 €
entre 18 proyectos que se proponían para que el alumnado pudiera votar qué
cantidades se otorgaban a cada proyecto. El resultado fue que participó el 5,8%
de los casi 35000 estudiantes ¿Cuántos programas de educación para la
participación tiene la Universidad? Ninguno. No se puede hacer magia ni esperar
que los y las jóvenes se impliquen en algo en lo que no tienen la práctica
asumida.
Si queremos una sociedad en donde sus
ciudadanos/as no estén implicados/as en su funcionamiento, vamos en buen camino. Si por el contrario, aspiramos a construir sociedad entre todos y
todas y favorecemos la capacidad crítica de las personas jóvenes podremos
convertirnos en una sociedad plural y avanzada.
Y a todo esto, si una persona
joven quiere participar ¿Cómo lo hace?
Determinemos en primer lugar los cauces tradicionales que
ofrece la legislación vigente:
Asociaciones.
Pueden ser específicamente juveniles
(14 y 30 años), secciones juveniles de entidades de adultos/as, de estudiantes,
universitarias y también las federaciones y confederaciones compuestas por
éstas. Hay de distintas tipologías y temáticas y son tan diversas como las
personas que las componen y unen sus intereses en objetivos comunes.
El nivel de participación en estas
organizaciones está más bajo que nunca. Salvo excepciones, se encuentran en un
momento de clara decadencia ya que es una fórmula que, tal y como está
diseñada, posiblemente no se adapte a
las nuevas realidades y necesidades juveniles.
Consejos de Juventud.
Entidades locales, autonómicas y
estatales cuyos miembros son
organizaciones. Tuvieron su eclosión a mitad de los ochenta y su base social
son asociaciones que, como sabemos, no pasan su mejor momento. En su gran
mayoría no tienen mecanismos para que puedan participar jóvenes no asociados/as.
Consejos Escolares.
La legislación contempla que en
educación secundaria exista una Junta de Delegados/as que puedan proponer
actuaciones al centro. En cuanto al Consejo Escolar, se supone que la
representación entre padres y madres y alumnado no puede ser inferior a 1/3 del
total.
Y hasta aquí algunas pinceladas sobre los cauces oficiales, pero veamos algunas
otras fórmulas para participar, de forma breve.
Proyectos y programas.
Administraciones públicas y
organizaciones siguen poniendo en marcha programas en donde lo esencial es que
grupos de jóvenes no asociados puedan poner en marcha sus ideas y proyectos,
algunos, incluso, bajo la premisa de presupuestos participativos o la
implicación directa del grupo en el destino de los fondos asignados. Estos
grupos están acompañados por personal técnico que orienta y facilita procesos
formativos. Salvo algunos casos, la gran mayoría son puntuales y no se sigue
trabajando de forma estable con los grupos de jóvenes en los que se han
intervenido.
Colectivos no estructurados legalmente.
Jóvenes interesados/as por un tema,
reivindicación o asunto comunitario que se reúnen para realizar actividades que
les interesan. Se autofinancian ya que no pueden pedir subvenciones al carecer
de un CIF. No les gusta el formato de funcionamiento de una asociación
estructurada y prefieren desarrollar su labor de esta forma.
Espacios jóvenes.
Centros juveniles, la mayoría de
titularidad pública, en donde se propicia que los y las jóvenes usuarios/as
puedan participar en la gestión del centro o permiten procesos para que puedan
realizar las actividades que les interesan. Hay múltiples fórmulas de gestión,
como hemos visto en la anterior ponencia. Pueden ser espacios abiertos tanto a
la participación estructurada como puntual y sin estar asociados/as conforme a
la Ley.
Ciberparticipación.
Plataformas y estructuras abiertas a
facilitar la participación virtual de los y las jóvenes en distintos procesos y
campañas. También a favorecer el trabajo en red a través de herramientas colaborativas y en redes
sociales.
Foros y Mesas de la Juventud.
Cada vez más presentes en la vida de
muchos municipios. Empezó con la Mesa de la Juventud de Puente Genil a mediados
del dos mil y ahora se han sumado otros municipios andaluces y ciudades como
Ceuta o Pamplona. Con diversos formatos, son lugares en donde cualquier joven
pueda participar en aquellos asuntos que les interesen. En algunas localidades,
sus decisiones son vinculantes en materia de juventud y en otras, sólo consultiva.
Aprendizaje por proyectos y
aprendizaje-servicio.
En aprendizaje por proyectos es una
metodología que se viene utilizando desde hace tiempo y son diversas
instituciones educativas y entidades las que lo tienen incorporado en su vida
académica o de funcionamiento. Permite un aprendizaje real y contiene, además,
distintos elementos que propician el interés de las personas jóvenes en lo que
están desarrollando.
El aprendizaje-servicio como escuela de
ciudadanía proporciona, además de los expuesto anteriormente, un valor añadido
al tratar de ofrecer un servicio a la comunidad en donde se está inmerso.
Ya en el Libro Blanco sobre Juventud
Europea de 2001, que tan importante fue para el desarrollo de políticas de
juventud en el continente, se manifestaba que los y las jóvenes sí quieren
participar en la sociedad pero que no les gustaban las fórmulas y los procedimientos que existían
para ello. Dieciséis años después, puede que vaya siendo hora de que, entre
todos y todas, comencemos a desarrollar
nuevas propuestas.
¿Metodología o contenido?
Este es un debate abierto entre las
personas que trabajamos la participación: ¿Trabajar materias específicas y
hablar sobre participación juvenil como un contenido más? O quizás ¿Dejar de
hablar de participación y ponernos a practicarla sin más a todos los niveles?
Puede que en la justa medida de ambas
esté el acierto. Si queréis que me defina y tome partido en el debate, sobre
todo cuando hablamos de promoción de la participación con las personas más
jóvenes, me inclino más en practicarla, en trabajar el debate, el respeto al
turno de palabra, en saber exponer tus ideas y defenderlas, en llegar a
acuerdos y poder trabajar conjuntamente en algo a lo que un grupo ha llegado
como conclusión. Cuando estemos en ese punto, entonces podremos ponerle nombre
a lo que allí ha sucedido. En definitiva, aprender
haciendo sin pararnos en definiciones y academicismos que a un chico o
chica de quince años no le importa en absoluto. Puede que sea simplemente
porque no lo entienden sin haberlo practicado de forma previa.
¿Está preparada la administración para trabajar nuevas fórmulas
participativas? ¿Y los y las profesionales que trabajan con jóvenes?
Estamos hablando de lo que puede ser
uno de los temas más complejos de todo este asunto: ¿Podemos implicar a los y
las jóvenes para que participen en la toma de decisiones y luego no hacerles
caso en lo que plantean?
Nos suelen gustar los modelos
consultivos y huimos de los vinculantes por miedo a que quienes tienen la
responsabilidad no les guste lo que se propone o pueda causarle un problema con
el resto de formaciones políticas o con vecinos/as a los que no les satisface
este protagonismo juvenil.
Tampoco nos gusta a los y las
profesionales perder el control ya que también nos jugamos mucho (algunos/as
incluso el trabajo), y también solemos
evitar que los grupos de jóvenes se equivoquen y cometan errores. El error es
nuestro ya que ese es uno de los principales elementos para el aprendizaje y
para la evaluación por parte de los y las jóvenes que han intervenido en la
puesta en marcha de una actuación.
Hasta aquí esta reflexión en voz alta
sobre participación juvenil y sus diferentes fórmulas. También sobre algunos de
los problemas que campan sobre los agentes implicados en su promoción. Hay
muchos temas más sobre los que podríamos hablar larga y tendidamente pero creo
que por esta vez, es suficiente.
Cierro este texto con una reflexión del
maestro Jaume Funes que puede sernos muy útil:
“Los y las profesionales
que trabajan con jóvenes han de tener un compromiso en la potenciación de
actividades que estimulen la sociabilidad, la grupalidad y el asociacionismo,
que con frecuencia tendrá un carácter provisional e informal, y no puede
caer en la intromisión o en pretensiones moralizantes”.
Murcia, 15 de mayo de 2017.
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