Ya he escrito en varias ocasiones sobre centros juveniles y espacios jóvenes en este blog, sobre todo el texto que utilicé para la ponencia en la formación técnica del Proyecto Espabilé del Cabildo de Tenerife, en marzo de 2017, "Funcionamiento participativo de espacios jóvenes". En esta ocasión, voy a utilizar este post como un desahogo personal, como si fuera una conversación entre colegas, ante una situación que creo ejemplifica muy bien en qué estado se encuentran las políticas de juventud en general y la dinamización y participación juvenil en particular en muchas partes del estado.
Conozco a lo largo de la geografía del país muchos centros juveniles, bajo distintas denominaciones, que intentan funcionar con una programación estable dirigida a jóvenes, que tienen fórmulas mixtas de organización donde la población joven interesada puede formar parte de la gestión del centro, espacios abiertos a la libre creación y planteamiento de actuaciones por parte de grupos de jóvenes, locales públicos autogestionados, espacios que son un mero lugar de encuentro de jóvenes, donde comparten su día a día con sus iguales y pueden realizar sus actividades. Luego cada cual podrá tener su visión de centro ideal, pero muchos de ellos cumplen con un mandato esencial y de sentido común: es un centro joven, en cualquiera de sus modalidades, con lo que ello significa.
Pero...
Damos por sentado que cada barrio de las grandes ciudades o cualquier pueblo tenga su centro de mayores o su centro de la mujer para que realicen sus talleres varios y sus partiditas. Me parece fantástico, de justicia, pero nada justo con la población joven. Observo a entidades que dicen defender a los y las jóvenes haciendo campañas muy loables para defender la foca del ártico o tirándose un cubo de agua por la cabeza por no se qué de un reto por redes sociales, pero no veo que hagan nada para exigir algo tan evidente como centros para jóvenes en cada barrio de su ciudad o en su población.
No es de recibo que un centro o espacio joven tenga una programación repleta de actividades (la mayoría de ellas pasando por caja) en donde su público mayoritario sean menores de 14 años o mayores de 30 en una variada gama de actividades que como todos sabemos son el eje fundamental de las políticas de juventud, como por ejemplo: Clases de guitarra para menores de 10 años, bailes de salón, zumba, danza del vientre y una variada y completa gama de talleres dignos de un gimnasio, eso sí a bajo precio.
No tengo nada en contra de este tipo de actividades, conozco amigos/as que las hacen en distintos centros juveniles y están contentísimos, pero ninguno baja de los 40 años.
El problema radica en que seguimos aplicando los mismos criterios que hace 20 o 30 años para estos centros y cuando nos hemos dado cuenta los y las jóvenes han pasado de nosotros y no sabemos qué hacer para que vengan. La receta: actividades de entretenimiento, como si no supieran entretenerse. Además, si tuvieras 15 o 17 años ¿Irías a un centro juvenil donde va tu padre a bailar salsa, tu madre a hacer zumba y tu hermano de 8 años a tocar la guitarrita? Pues eso.
Está muy bien el razonamiento de que un espacio público ha de estar ocupado y si los y las jóvenes no van tiene que dar cobertura a otro tipo de población. Perfecto. Pero ¿Por qué seguir llamándolo espacio joven? ¿Por qué no denominarlo lugar de esparcimiento familiar? Pues porque queda feo y más horrible aún que no haya centros juveniles en tu ciudad o en tu pueblo, aunque por allí no se arrime ninguno ni por despiste.
El problema de fondo no es otro que la administración no sabe qué hacer con los y las jóvenes. Como decía, sigue anclada en los 80-90 y cree que programando entretenimiento está todo arreglado. Eso no es política de juventud, ni se le parece, ni lo será nunca. Ni siquiera es política, es un dejarse llevar y que salga en los periódicos la cantidad de jóvenes que han participado en los talleres, si no fuera porque ni es participación, ni son jóvenes la mayoría de usuarios/as.
En la actualidad, sobre todo la población adolescente, no tienen donde ir. No les dejan utilizar (tampoco les gustan, es normal) las instalaciones de sus centros escolares en horarios fuera de clase, ni los centros culturales, los mayores y las mujeres no los quieren ni ver en sus locales, no está bien visto que estén todo el día en las plazas y jardines y, por supuesto, no tienen locales propios en donde encontrarse con otros adolescentes. ¿Qué les queda? Pues las casas de apuestas, ahí los dejan entrar, están calentitos en invierno y frescos en verano y están bien recogidos y no molestan ¿No? Si no es eso lo que queremos, lo demostramos muy mal.
Para hacer políticas de juventud, no sólo vale con repetirlo en discursos vacíos, hay que invertir, igual que se hace con otros sectores de la población. Invertir en locales diversos y ajustados a los y las jóvenes de 2019 y no a los de 1985, con la mesa de ping pong y el futbolín. No es necesario que sea de diseño y gastarse un pastón para que le den el premio de arquitectura oportuno y que luego sean igual de prácticos que una chuleta de cerdo en un país musulmán. 4 paredes, sillones viejos y wifi. Es suficiente para empezar.
Y, por supuesto, invertir en personal: dinamizadores/as, educadores/as sociales con ganas de trabajar el centro a través de metodologías participativas en donde el foco de todo sean chicos y chicas. Y sabiendo qué queremos y hacía dónde vamos. Lo que vienen llamándose objetivos.
Al final, nos dicen que no hay presupuesto para eso, pero es cuestión de visión y voluntad política. Voluntad para decidir si inviertes todo tu dinero en grandes actividades de entretenimiento que te darán un par de titulares, alguna foto en tus redes sociales (a las que tampoco sigue ningún joven) y que en tres días nadie se acordará, o hacerlo en futuro, invertir en el desarrollo de habilidades para la vida, en poner en marcha proyectos hechos por jóvenes y acompañados por profesionales que estén a su lado.
Como todo en la vida es cuestión de opciones: de hacer siempre lo mismo con lo cual los resultados ya los estamos viendo, o intentar cambiar algo para que las cosas cambien. Dejar el miedo a un lado sobre qué dirán los vecinos y plantear a padres y madres si quieren que sus hijos tengan un lugar donde estar con sus iguales y con el apoyo de educadores o si prefieren que estén bien recogidos en los locales de apuestas.
Como planteo en el documento que enlazo al principio de este post, la historia es más compleja que este pequeño desahogo. Es necesario saber y estudiar muy bien qué queremos que sean los espacios para jóvenes, adaptados a sus circunstancias y no repetir modelos que están en desuso desde hace 15 años. Ahora, su espacio joven lo llevan en su mano a todas partes, la mayoría, y es necesario sentarse para establecer criterios entre los agentes que trabajan con jóvenes, eso sí, con una mirada libre de prejuicios, de miedo y con la seguridad de que es necesario invertir en juventud, sobre todo en la población adolescente.
Animo a todos los centros juveniles que en su memoria, además de contemplar el número de usuarios/as en cada actividad, también lo hagan con las edades de quienes lo utilizan. A lo peor no pueden dar una rueda de prensa porque no quedaría muy bien que en un espacio joven no hubiera jóvenes. Quedaría feo y con poca o ninguna justificación.
Lo has clavao, compañero.
ResponderEliminarMuy interesante post.
ResponderEliminarAcabo de comenzar como voluntaria en un centro juvenil. Y creo que voy a aprender mucho con tu Blog. Gracias!
Que buena información, me interesa mucho la animación y dinámica de grupos y estoy empezando a hacer en esta web https://modulosgrado.com/Modulo-grado-superior-Animacion-Sociocultural.html el ciclo formativo animación sociocultural y de verdad que es muy interesante.
ResponderEliminarNesecito entra
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