Si la mayoría de alumnos de un
centro de educación secundaria en su periplo por la escuela hubiera pasado por
programas que trabajaran la adquisición de hábitos saludables, una práctica
deportiva acorde con un país civilizado, vieran su participación en
organizaciones sociales como algo accesible y normal, tuvieran unos padres con una
formación básica en el tema de salud y no colapsada por el temor a que su hijo
entre en “la droga” y todo esto
aderezado con su implicación en procesos participativos en la escuela, a lo
mejor otro gallo nos cantaría en esto del trabajo en prevención (y en otras
muchas cosas). Pero no es así.
Tenemos que trabajar, en general,
con jóvenes que no han pasado por ninguno de esos estadios y, claro, la tarea es dura.